En los años cincuenta, Robert Sant John era naturópata y reflexólogo. Llegó a su consulta una niña de 18 meses con Síndrome de Down profundo. La trató con reflexología podal – que equilibra el cuerpo trabajando zonas de los pies que se relacionan (reflejan) otras partes del cuerpo. Robert no conseguía resultados con su paciente. Un día, sin saber que tratamiento aplicar, comenzó a acariciar los pies de la niña sin ninguna intención en particular, sólo por el placer de acariciar. En ese momento se dio cuenta que la niña reaccionaba diferente, su mirada se transformaba. Entendió que empezaba a tomar consciencia de algo y le ayudaba a serenarse.
Los días siguientes continuó acariciando los pies de la niña y observando sus reacciones. Dado que estaba acariciando las zonas reflejas de la columna, el principal canal de circulación de la energía vital por el cuerpo, entendió que se estaba produciendo una catalización de la energía vital de la niña, la estaba empujando a movilizarse pero sin forzarla en ningún sentido. La energía misma tomaba la responsabilidad de producir un cambio.
Continuó por acariciar otras zonas reflejas de la columna en las manos y en la cabeza. De esta manera la niña progresaba cada vez mejor. La niña estaba cada vez más tranquila y serena, dormía mejor, los síntomas patológicos (congestión respiratoria, vómitos...) iban desapareciendo. Incluso su fisonomía empezó a cambiar aletargándose el síndrome.
Mas tarde probó el método con niños autistas. Obtuvo grandes éxitos. Los niños que aceptaban el tratamiento empezaban a abrirse al exterior, incluso algunos se mostraban cariñosos. De esta manera extendió el uso de esta técnica.
Como descubrió que sus paciente podían recordar espontáneamente momentos anteriores de su vida, incluso experiencias dentro del útero o del momento del nacimiento, ayudándoles a superar los traumas, le dio a la terapia el nombre de Terapia Prenatal; y luego Técnica Metamórfica.
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